La caravana de la alegría que azuza Mauricio Macri choca de plano con los casi 15 millones de pobres y 3 millones y fracción de indigentes que tiene la Argentina; pero Sí, se puede avanzar igual con los ojos cerrados y una tangible insensibilidad por ciudades, pueblos y calles de esta dolida Argentina, con tal de querer seguir en el gobierno a pesar del cachetazo de las PASO.
De aquella “revolución de la alegría” que enarbolaba Macri por noviembre de 2015, a esta caravana de la alegría con banderas, bombos y vinchas, un caudaloso río pasó debajo del puente; un río de promesas incumplidas y decisiones antipopulares tapadas por un ejército mediático funcional, cómplice, colaboracionista.
“Los datos del INDEC permiten conocer la realidad para transformarla”, repite como loro la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, con la misma frialdad que en otras ocasiones el propio presidente y funcionarios de su equipo expresaron como para echar culpas al pasado y deslindar responsabilidades sobre una realidad que abofetea cada día a buena parte de la ciudadanía.
En este espacio quedó dicho que “Macri no se equivocó” – título de nota específica – sino que cumplió un cometido. A tal punto de que se recuerda cómo respondió a una consulta del escritor Mario Vargas Llosa sobre cómo procedería en caso de ser reelecto: “Si ganamos, iremos en la misma dirección pero más rápido”.
Las bravuconadas de Miguel Pichetto, las incoherencias de Elisa Carrió y las provocaciones de personajes de segundo orden son acciones complementarias al Macri que un día grita, otro llora, otro se retuerce a carcajadas y todos estos días promete cosas tales como que “el ajuste terminó” y que ahora sí, ahora sí llegó el momento de cosechar los frutos de tanta angustia.
También forman parte del esquema los movimientos sigilosos de Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, de igual forma que el rol subterráneo de la vicepresidenta Gabriela Michetti. Este trío macrista no escapa al “mejor equipo de los últimos 50 años”.
No faltan observadores alejados del barro político nacional que sostienen que “la mayoría de quienes respaldan la reelección de Macri lo hacen más por odio al kirchnerismo, peronismo, populismo o todo junto, que por amor al presidente”. Suena creíble.
¿Cuán fuerte es ese odio como para gritar con Macri “Sí, se puede” y saber aunque sea con aproximada exactitud qué es lo que sucede en la vida cotidiana de una franja muy importante de la sociedad? Debe haber mucho, con cuotas de sálvese quien pueda, desprecio a quienes no son “como uno” o ser parte de un árbol genealógico de simios.
Transcurre un mundo entre las PASO y las elecciones del próximo 27 y mientras el gobierno revolea decisiones tipo tapa parches, las reservas del Banco Central se van por una alcantarilla y las personas de a pie miran desde la tribuna, la caravana de la alegría no se detiene.