Por Daniel Panaro|Hace unos quince años, el ex presidente Eduardo Duhalde me habló, en una charla informal, de un libro que estaba escribiendo, sobre lo que llamó “la renta básica de ciudadanía”.

Confieso que cuando me contó los lineamentos generales de la idea, me pareció francamente descabellada. E imposible de ser aceptada por la sociedad.

Sin embargo, la convicción con la que él defendía la idea y unas primeras lecturas me convencieron de que ahí había algo que valía la pena conocer.

Desde ese momento tuve muchas oportunidades de discutir el tema con él, empecé por mi lado a buscar y estudiar material (que para mi sorpresa es abundante en Internet) y me convertí en un devoto creyente de la idea.

Por eso hoy, que por primera vez aparece con fuerza en la sociedad argentina -ya había aparecido antes, de hecho en los últimos 15 años hubo proyectos de ley que incluían la Renta Básica presentados por casi todas las bancadas de Congreso, de Carrió al peronismo- mi primera reacción es de alegría. Lo veo como una señal de que, como ocurre siempre con los grandes cambios sociales, vamos yendo lenta pero sostenidamente hacia la instalación de un tema tan importante en la agenda argentina.

Por supuesto, no es algo que se vaya a plasmar de hoy para mañana. Es un proceso que se desarrolla en el tiempo, que no es simultáneo en el espacio (en muchos casos comienza con ciudades o regiones) y que debe adaptarse a las características de cada país.

Si buscamos un paralelo, deberíamos pensar en el voto secreto y universal de las democracias occidentales. La idea nació en el siglo XVIII como una ocurrencia bienintencionada de filósofos marginales. Un imposible.

Andando el tiempo, se instauró como forma de gobierno en distintas realidades, pero lejos estaba de ser secreto y mucho menos universal. Por ejemplo, al principio no votaban los militares, ni los miembros del clero ni las mujeres ni ciertos grupos étnicos.

En nuestra región, en Ecuador las mujeres votan desde 1929, en Uruguay, desde 1932, en la Argentina desde 1947. Y en Paraguay, recién desde 1958. Y en el principio de “secreto”, tenía bien poco, como lo cuentan las crónicas de las primeras épocas.

 Hoy, nadie duda de que el derecho a votar en libertad no puede ser restringido a ningún ciudadano. Así, creo yo, debemos imaginar el avance de la Renta Básica Universal.

En 2002 se lanzó el Plan Jefas y Jefes en Argentina- el plan de transferencia de recursos más importante lanzado hasta ese momento en el mundo- y en algunos círculos intelectuales fue visto como un avance hacia la Renta Básica Universal. Lo mismo ocurrió con el Plan Bolsa Escola, de Brasil.

Hoy, las difíciles circunstancias que atraviesa el mundo debido a la pandemia de coronavirus han dado un impulso inesperado a las ideas que propone la Renta Básica Universal.

Y en Argentina, el aumento de la pobreza y la exclusión, junto a una fuerte crisis recurrente de la economía, ha puesto la idea en agenda.

Si tengo que ser sincero, la idea que pretende llevar adelante Juan Grabois no tiene nada que ver con la Renta Básica Universal, o Renta de Ciudadanía como ha sido definido tradicionalmente o con un Salario Básico Universal, como lo llama Grabois. Está más cercana a los formatos de lo que se llama asignaciones focalizadas. Pero francamente (quizás por puro egoísmo intelectual) me importa poco. Con que el tema esté en agenda me alcanza. Ahora hay que tratar de que la discusión evada lo más posible los prejuicios, los lugares comunes y la moralina a priori, tres síntomas inequívocos de ignorancia.

No va a ser fácil. Pero ningún cambio importante social importante ha sido fácil. Y eso es lo que hace interesante la tarea.


[i] El libro, que finalmente se llamó La Renta Básica de Ciudadanía. De Tomas Moro al Hambre Cero puede bajarse gratis de  https://eduardoduhalde.com.ar/publicaciones/

Por Daniel Panaro, Ex Docente Universitario y Asesor en Comunicación Política