Buen domingo familia. Sobre el pecado y el mal del mundo siempre resplandece la luz del amor de Dios, decía Paul Mauriac y podría ser una clave de lectura de la Palabra de hoy.
En efecto, la humanidad se mueve entre dos extremos: el mundo de las tinieblas de los que no creen, que obran el mal y odian la luz; y el de los que obran conforme a la verdad y se acercan a la luz. Cristo es la alternativa y el signo del amor del Padre que amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Podríamos decir que la historia se despliega como un gigantesco proceso en el que el bien, la luz, o sea Cristo mismo, es el imputado contra quien se descarga todo el peso del misterio de iniquidad. La Cruz es el signo final de este debate: Cristo es elevado sobre la cruz como un condenado. Pero, lo paradójico es que gracias a esta elevación, se revierte todo el proceso: del mismo modo que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él, tengan vida eterna.
Y aquí escuchamos lo más consolador en este tiempo de tanta angustia, incertidumbre y desolación: cuando Yo sea elevado en alto atraeré a todos hacia mí. De este modo, en la Cruz, nace la nueva humanidad de los hijos y las hijas de Dios, que ama la luz y obra la verdad, que vive y actúa según los criterios del evangelio. Por eso le pedimos a María, que nos ayude a estar siempre atentos al bien del prójimo, como Jesús nos enseñó, haciendo lo que él nos diga, para que, con nuestro testimonio, la luz de su amor brille ante todos los que nos rodean. Amén.