Las reflexiones del padre Julio Cura en el último domingo de cuaresma nos invitan a pensar en Jesús como un grano de trigo sembrado por Dios Padre en el mundo.
Hemos llegado al último domingo cuaresmal, preparatorio de la gran Semana que culminará con la Pascua. Ha llegado la hora en que el hijo del hombre va a ser glorificado, nos dice Juan. Ya no es hora de palabras y discursos; es la hora decisiva, la hora del cumplimiento en plenitud de la voluntad del Padre que tanto amó al mundo que le entrego a su Hijo único para que los que crean el él no mueran sino que tengan vida eterna. Pero para esto era necesario que Jesús muriera, como un grano de trigo sembrado por Dios Padre en el mundo: sólo así, desde la Cruz podrá germinar y crecer una nueva humanidad, libre del dominio del pecado y capaz de vivir en fraternidad, como hijos e hijas del único Padre que está en los cielos.
Jesús, nos invita a seguirlo, a repetir su experiencia: El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. Dios libera, no quitando las dificultades, sino ayudándonos a superarlas. Claro que no es fácil ver en la vida el amor del Padre, ver a los otros como hermanos, pero sólo viviendo en paz con Dios y con los hermanos, alcanzamos la alegría evangélica. "Quien busca su vida, la perderá...": quien instrumentaliza las personas y las cosas, para afirmarse a sí mismo, no puede alcanzar la alegría y la liberación, luego de haber olvidado al Padre y pisoteado a sus hermanos. "Quien haya perdido su vida por amor a mí, la encontrará...". El discípulo debe seguir al Maestro, debe no sólo escuchar su palabra, sino realizarla en la vida. El discípulo debe compartir su vida con Cristo y los hermanos.
Jesús se identifica con la imagen-icono polifacética del grano de trigo y nos invita a morir, como la semilla, para dar mucho fruto; a perder la vida para encontrarla. Y aunque suena paradógico eso de morir para vivir, en este tiempo tan prolongado en que la pandemia nos va familiarizando con escenarios de soledad, encierro, abandono, dolor y muerte de mucha gente lejana y cercana a nosotros, creo que es más facil entender la propuesta de Jesús.
En efecto, el grano de trigo que cae en la hondura del surco, tiene que esperar, en la profundidad de la tierra, tener paciencia, pasar un tiempo de oscuridad, de silencio y soledad hasta que germina, crece, se multiplica y se convierte en pan abundante para la mesa de los pobres e indigentes.
En consecuencia, el desafío de Jesús es: ¿qué estamos dispuestos a imitar del grano de trigo para ser fecundos? ¿qué tiene que morir en nosotros para ser libres, desinstalados, disponibles y convertirnos en pan que da vida y esperanza? Los invito a rumiar y rezar una respuesta libre, responsable y generosa mientras seguimos peregrinando hacia la luz de la Pascua. Que María nos enseñe a ser humildes, sencillos, disponibles y generosos como el trigo y que Dios bueno y misericordioso los bendiga.