*Por Jorge Joury

Conocí a Fernando de la Rúa y lo entreviste un par de veces. Fue antes y durante su presidencia. Suficiente para descifrar su perfil. Pero su gobierno terminó de la peor manera. En medio de los saqueos a los supermercados y con numerosos muertos en la Plaza de Mayo. Representó un calco de lo que sucedió con la Convertibilidad, que estalló en mil pedazos destruyendo la economía y provocando una locura colectiva nunca vista.

Aquel hombre, se asomó a la puerta grande de la política como la gran promesa radical y se retiró por la salida de emergencia de la crisis, en medio de la represión, la muerte y la fractura del tejido social del país. Entre un hecho y otro, entre 1973 y 2001, Fernando De la Rúa construyó su imagen de dirigente serio y formal, que convertiría luego en su plataforma para llegar al máximo cargo ejecutivo. 

La popularidad del 75% con la que asumió en diciembre de 1999, se derrumbó como un castillo de naipes en pocos meses. La misma Alianza entre radicales y centroizquierda (Frepaso), fue una suerte de coalición de necesidad y urgencia, que luego comenzó a deshilacharse con la renuncia del vicepresidente Carlos "Chacho" Alvarez, tras el sonado escándalo por las coimas en el Senado.

La suerte de su gobierno quedaría echada por la crisis de 2001. Minutos antes de las 20 del 20 de diciembre sonó mi teléfono en la redacción para alertarme que el texto con la renuncia del entonces presidente comenzaba a distribuirse en la sala de periodistas de la Casa Rosada. Apenas unos minutos después, el helicóptero que llevaba a De la Rúa había despegado del helipuerto en la misma sede gubernamental. La diferencia fue que esta vez no eran los militares golpistas los que sacaban a un presidente electo, sino que el propio pueblo decía basta en las calles en medio del estado de sitio, a un ciclo de desaciertos en la economía.

EL PEOR FINAL EN LA SOLEDAD DEL DESPACHO

De la Rúa abandonó la Presidencia en medio de una de las mayores crisis económicas, sociales y políticas de la historia del país. El final se veía venir meses antes y nadie pudo evitarlo. Aquella vez titulé la tapa de Diario Popular en cuerpo catástrofe: ¡SE FUE!. La frase, parecía responder a una expresión de alivio frente a la crisis y el caos. La foto que utilicé a lo ancho y alto de la portada había sido distribuida momentos antes por la Presidencia. Patentizaba la oscuridad de una gestión. Se lo veía al Presidente casi en la penumbra del despacho de la Casa Rosada. Aquel hombre derrotado, se despedía de la escena política y en soledad. Lo acompañaba solo un velador que daba una luz casi mortecina sobre su escritorio. Fue el momento en que firmó la renuncia al cargo. Era el corolario de tiempos de zozobra, donde casi la mitad de los argentinos estaba sumergida en la pobreza, la situación social era explosiva y no daba para más.

EL MEJOR ALUMNO DE HOMBRES PROMINENTES

Tuve la oportunidad de entrevistar un par de veces a ese cordobés de perfil bajo, nacido el 15 de septiembre de 1937. De la Rúa tenía una carrera brillante y una foja de honestidad poca veces vista en un político. Se recibió de abogado con honores en la Universidad Nacional de Córdoba a los 21 años y cinco después, afiliado ya a la Unión Cívica Radical, integró el gabinete del Ministerio del Interior del Gobierno de Arturo Illia. 

Siempre fue visto como un moderado. En abril de 1973, mientras el fervor peronista consagraba a Héctor Cámpora como presidente, De la Rúa sorprendió a todos al imponerse sobre el justicialista Marcelo Sánchez Sorondo en la elección de senador nacional por la Capital Federal. De esa manera, se convirtió en el único radical que le ganó al peronismo ese año.

Allí consiguió el apodo de "Chupete", debido a su corta edad, y el respeto del histórico líder radical Ricardo Balbín, que en septiembre del mismo año eligió a la joven promesa como su compañero de fórmula para enfrentar al binomio Juan Domingo Perón-Isabel Perón, que terminaría imponiéndose de manera contundente.

El golpe de Estado militar del 24 de marzo de 1976 terminó con la senaduría de De la Rúa, que se dedicó entonces a la actividad académica en el extranjero y se desempeñó como abogado de la firma Bunge&Born. 

EL MANO A MANO CON EL FUTURO PRESIDENTE

Antes de llegar a la Presidencia, tuve mi primer charla con él. Estaba en campaña y vIno a visitar la redacción de Diario Popular. Debo confesar que no me cautivó. Lo noté falto de energía al plantear sus propuestas. Pese que hacía gala de un lenguaje depurado, le faltaba garra, como se dice en el idioma de la calle. No obstante, hay que reconocer que después de la pizza y el champán y el cholulísmo menemista, la sociedad estaba reclamando algo más ligth y le dio la derecha en las urnas.

Un año después, cuando volví a entrevistarlo, esta vez sentado en el sillón de Rivadavia, comprendí que ese hombre sufría el peso del poder. A diferencia de Carlos Menem, que disfrutaba del sillón de Rivadavia, a De la Rúa se lo notaba agobiado por la realidad. Pocas veces reía y mantenía el ceño fruncido. Estaba contrariado, como si llevara sobre su frente una corona de espinas.

AQUEL DICEN QUE SOY ABURRIDO HIZO HISTORIA

Fernando de la Rúa logró inmortalizar esos ejes en una frase que 20 años más tarde sigue estando presente en la memoria de los argentinos: "Dicen que soy aburrido". Con el objetivo de diferenciarse de Menem, para las elecciones de 1999, el spot de la Alianza apuntaba a convertir en virtudes las debilidades de De la Rúa y polarizarlas frente a lo que fue una década de peronismo. El riojano había dejado atrás su imagen de caudillo.Se mostraba como un superestar,  Se fotografiaba con estrellas del mundo del espectáculo, llevando una vida deportiva y manejando autos de lujo. Venía de instalar 4 años atrás la frase "Menem lo hizo" en su campaña para la reelección en 1995. A De la Rúa su equipo de campaña le habían aconsejado que debía fortalecer su carisma. Dejar en claro su discurso de cara a una contienda electoral donde se enfrentaba al referente peronista, Eduardo Duhalde.

"Dicen que soy aburrido. ¿Será que no manejo Ferraris?", disparaba De la Rúa haciendo referencia a Menem y una de sus primeras polémicas como Presidente de la Nación: la famosa Ferrari Testarossa que le había obsequiado el empresario italiano Massimo Del Lago y con la que el caudillo riojano viajó hasta Pinamar violando los límites de velocidad de la ruta. 

Luego el spot daba cuenta : "¿Será para quienes se divierten mientras hay pobreza? ¿Será para quienes se divierten mientras hay desocupación? ¿Para quienes se divierten con la impunidad? ¿Es divertida la desigualdad de la Justicia? ¿Es divertido que nos asalten y nos maten en las calles? ¿Es divertida la falta de educación?", todo el relato intercalado con imágenes de la crisis y de Menem riéndose.

El spot remataba de manera inteligente señalando. "Yo voy a terminar con esta fiesta para unos pocos. Viene una Argentina distinta, la Argentina del respeto, la Argentina de las reglas claras, la de la dignidad, la del trabajo, que va a educar a nuestros hijos, que va a proteger a la familia, que va a encarcelar a los delincuentes y corruptos. Y al que le aburra, que se vaya. No quiero un pueblo sufriendo mientras algunos pocos se divierten, quiero un país alegre, quiero un pueblo feliz", concluía la campaña que lo terminaría alzando con la presidencia ese año.

LA CONVERTIBILIDAD FUE EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Hay que decir que el Gobierno de la Alianza llegó al poder el 10 de diciembre de 1999. Fue gracias en parte a una promesa electoral: mantener la Convertibilidad del menemismo, que había terminado con la inflación, pero corrigiendo los problemas del modelo, sobre todo la corrupción. Más allá de un contexto internacional desfavorable y la "bomba de tiempo" heredada (sobre todo la deuda externa), ninguno de los tres ministros de Economía que tuvo la gestión, tanto Machinea, López Murphy y Cavallo lograron enderezar el barco y generar crecimiento. Es más, sus errores graves aceleraron la caída del Gobierno.

Acompañado por el frepasista Carlos "Chacho" Álvarez, que le daba una dósis de fortaleza política a la fórmula, De la Rúa ganó las elecciones presidenciales de 1999 con el 48,5% de los votos, contra el 38,09% del binomio peronista Eduardo Duhalde-Ramón Ortega. La UCR volvió así a contar con un correligionario en el Sillón de Rivadavia, aunque no previó el trágico final.

De la Rúa buscó bajar el gasto público y mantener la paridad peso/dólar que había heredado de Menem, dos elementos que se combinaron con el "blindaje" financiero a través de un préstamo del FMI por 40 mil millones de dólares, con sus respectivas condiciones de contracción económica. En esa oportunidad había expresado a través de un spot televisivo: "Qué lindo es dar buenas noticias", sin imaginar que detrás de esa frase se acercaría su propio final.

DE LAS COIMAS EN EL SENADO AL CORRALITO

Caída del PBI, aumento exponencial del desempleo, recortes en programas sanitarios, jubilaciones y educación y una fuga de capitales imparable. Todos estos factores conformaron una espiral descendente en la que De la Rúa cambió tres veces a su ministro de Economía: a José Luis Machinea le siguió Ricardo López Murphy y, finalmente, Domingo Cavallo, el ex ministro de Menem y "padre" de la convertibilidad que el Presidente quería mantener a toda costa.

La Alianza nunca mostró demasiada cohesión. Tal es así que el Presidente se vio desestabilizado también en lo político, cuando en octubre de 2000 "Chacho" Álvarez renunció a la vicepresidencia en medio del escándalo por el presunto pago de coimas en el Senado para aprobar la polémica Ley de Reforma Laboral.

La coalición tocaba fondo y a De la Rúa se lo veía extremadamente debilitado. Para colmo el Gobierno perdió por paliza las elecciones legislativas de octubre de 2001 contra el peronismo, que consolidaba su mayoría en las dos cámaras del Congreso.

En diciembre, Cavallo anunció la restricción del retiro de dinero de los bancos por parte del público. La medida se conoció como el "corralito" y selló la suerte de De la Rúa. La clase media y los sectores más humildes se unieron en una protesta nacional para exigir "que se vayan todos", y con el canto "piquete y cacerola, la lucha es una sola", salieron a las calles y dieron forma a una rebelión popular que fue reprimida y dejó un saldo de 27 muertos.

EL FINAL EN MEDIO DE UNA LUZ MORTECINA

El 20 de diciembre de 2001, a las 19:45, De la Rúa presentó su renuncia y se retiró de la Casa Rosada en helicóptero, una imagen que se convirtió para siempre en una postal del caos. Días después el peronismo le tomaba la línea de sucesión al poner a Ramón Puerta en la presidencia provisional del Senado.

Su renuncia, que quedó grabada en la memoria colectiva a través de la imagen del presidente dejando la Casa Rosada en helicóptero, dio lugar a una crisis institucional marcada por la secuencia de los cinco presidentes en la última semana del año y el proceso de transición encabezado por el entonces senador Eduardo Duhalde.

 Condenado al ostracismo político por aquellas jornadas trágicas, el dirigente radical se alejó de la escena pública. En los últimos años, sus apariciones en los medios, se debieron a sus problemas de salud.

En ese sentido, su última aparición pública fue el 30 de noviembre pasado cuando había asistido junto a su esposa, Inés Pertiné, a la Gala del G20 realizada en el Teatro Colón.

Producto de esos inconvenientes que malograron su estado físico, este martes 9 de julio, en el Día de la Patria, De la Rúa falleció a los 81 años en la Clínica Fleming, del barrio porteño de Colegiales. Su funeral fue a cajón abierto en el Congreso. Desde el presidente Mauricio Macri y todo el arco político, fueron a despedirlo. No es para menos, fue un demócrata fervoroso y honesto. Se merecía honores.

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*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas.