Investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA e INTA analizaron la cantidad de herbicida presente en el agua que escurrió de un suelo de la región Pampeana. Resaltaron el rol clave de los restos vegetales y la estructura del suelo en la degradación y el movimiento del agroquímico.

Por: Sebastián M. Tamashiro

Cuando llueve en el campo, el agua puede penetrar hacia las napas o escurrir por la superficie, arrastrando en ambos casos partículas de suelo, nutrientes y agroquímicos. Las cantidades de estos elementos que se desplazan o se retienen dependen en gran medida de los manejos que se realicen en cada agroecosistema, como, por ejemplo, la rotación de cultivos y la cobertura vegetal que se deja en el suelo. Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) analizó si la cobertura de maíz afectaba la cantidad de glifosato en el agua de escurrimiento de un suelo típico de la Región Pampeana. Los suelos cubiertos con rastrojo de maíz presentaron un mayor contenido de glifosato en el agua superficial, mientras que aquellos sin cobertura mostraron mayor contenido de AMPA, el principal producto de degradación del herbicida.

“El manejo agronómico que se realice sobre un suelo puede modificar su estructura, es decir, la forma en que se agrupan sus partículas, lo cual influye en la cantidad de agua que se retiene, infiltra o escurre en ese suelo. A su vez, cuando se altera la estructura del suelo también se afecta a los microorganismos que viven en él. Algunos de estos microbios son responsables de degradar uno de los herbicidas más usados en el país, el glifosato”, explicó Filipe Kraemer, docente de la cátedra de Manejo y Conservación de Suelos de la FAUBA.

“En esta investigación quisimos analizar cómo la cobertura del suelo afecta la dinámica del glifosato en el suelo. Para ello visitamos un campo cercano a la localidad bonaerense de Arrecifes y aplicamos el herbicida en algunos sectores donde el suelo estaba cubierto con rastrojo de maíz y en otros donde no había cobertura. Luego de 30 días simulamos una lluvia y analizamos la cantidad de glifosato en el agua que escurría”, comentó Daiana Sainz, quien comparte cátedra con Kraemer y es estudiante de la Maestría en Ciencias del Suelo en la Escuela para Graduados de la FAUBA (EPG-FAUBA).

Según Sainz, quien expuso los avances de su tesis en el Taller sobre Problemas Especiales de la EPG-FAUBA, el contenido de glifosato en el escurrimiento fue mayor en las parcelas cubiertas con rastrojo de maíz, mientras que el contenido de AMPA fue mayor en las parcelas sin cobertura vegetal.

Por su parte, Kraemer afirmó que, en general, sobre el suelo con cobertura escurrió menos agua, pero se registró una mayor cantidad de herbicida. Cuando se aplicó el agroquímico, gran parte se fijó sobre el rastrojo en sí —técnicamente, se adsorbió— por lo cual los microorganismos del suelo no pudieron degradarlo. Luego, la lluvia lo arrastró en el escurrimiento. En contraposición, en el suelo desnudo, el glifosato entró en contacto directo con los microorganismos del sistema, que lo fueron convirtiendo en AMPA al pasar el tiempo.

Mejor manejo, menores impactos

Filipe resaltó que hay que poner estos resultados en perspectiva, ya que usualmente se recomienda conservar el rastrojo a fin de prevenir los procesos erosivos. “La clave es evitar que el glifosato se mueva en el escurrimiento, ya que si permanece por más tiempo en el suelo, los microorganismos tienen más posibilidades de degradarlo. Esto se puede lograr ocupando el campo con más cultivos durante el año, lo que aumenta la cantidad de cobertura y raíces vivas”. El investigador agregó que este tipo de manejos mejoran la porosidad del suelo, aumentan la infiltración, retienen el agua y ayudan a que la microbiota del suelo se desarrolle mejor.

Además, Daiana, quien también es investigadora del instituto de suelos del INTA, alertó que actualmente las prácticas más difundidas en el agro tienden a reducir la capacidad del suelo de retener e infiltrar agua. “El problema es que en millones de hectáreas sólo se siembra un cultivo al año, que en general es soja y que aporta muy poco rastrojo. También es normal que las maquinarias agrícolas transiten sobre el suelo húmedo. Esto promueve que el suelo se compacte y se reduzca la cantidad de poros”.

Los resultados de este trabajo, junto con otras investigaciones de la cátedra, advierten que los suelos de la Región Pampeana están en riesgo. “Estos suelos poseen una gran capacidad para mantener sus propiedades aun bajo usos intensos. Pero tienen un límite. Lo podemos ver con las inundaciones; se están perdiendo muchos poros del suelo y, en consecuencia, la capacidad para almacenar agua. Tenemos entre un 20% y un 30% más de agua libre en el sistema”, indicó Kraemer.

“Estos procesos se agravan fuera de la Región Pampeana. Los suelos de otras regiones no tienen la misma calidad y son más vulnerables. Hay mucho trabajo por hacer en el manejo y la conservación de los suelos del país”, finalizó Filipe.